Mierda.
Ella llevaba unos pantalones y una simple camiseta. Se decía a si misma que no iba a llorar, que no se lo permitiría. Cogió su guitarra, esa vieja que una vez fue de su madre, a la que echaba de menos, salio al jardín y empezó a escribir y a componer canciones.
La primera la dedico a su madre, y decía algo así: "Gracias por esas sonrisas, no se te olvida"
E, irrevocablemente, la segunda fue para él. Escribió todo lo que habían vivido, y como de un plumazo aquello había terminado.
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